Capítulo 2. Locos y curiosos

Ilustración de Beatriz Barbero-Gil

Cuando la piel del tiempo se vino abajo, el espacio se curvó, y dos mundos, hasta aquel momento distantes, se encontraron.

Paula y Víctor se pudieron ver y, por naturaleza curiosos o simplemente locos, se observaron sin miedo alguno. Él vio una joven dama vistiendo extraños ropajes, con el cabello corto y de un rojo intenso. Ella descubrió un hombre con el pelo blanco e indomable, unas pequeñas gafas y algo que quizá fue una bata de laboratorio.

Después, los segundos volvieron a alinearse, a numerarse, siguiendo una costumbre de siglos, y el muro del tiempo se recompuso.

Paula volvía a estar en una habitación vacía. «Me estoy volviendo loca», pensó, y al hacerlo sonreía porque aquello era lo más divertido que le había ocurrido desde hacía demasiado tiempo. De hecho, inmediatamente después llegó el golpe seco del siguiente pensamiento devolviéndola a la dura realidad: Bruno había muerto y ahora era ella quien estaba en peligro.

Por su parte, Víctor empezaba ya a registrar, como buen científico, todas y cada una de las cosas que habían ocurrido: qué productos químicos había sobre la mesa antes de la explosión, qué faltaba ahora, cuáles habían sido las cantidades aproximadas, la temperatura y el modo en que… «Estoy loco», se dijo, y sonrió porque los retos lo eran todo en su vida. Ahora tenía uno.

Poco después, Paula salía por la puerta hacia el callejón, pero antes de irse pensó: «Es un buen refugio». Al tiempo que Víctor borraba las huellas de sangre que había en el suelo y decía: «La realidad es increíble».

Texto de Luisa Hurtado González