Capítulo 7. Receta de cocina

Ilustración de Inmaculada Soler



Emilio estaba furioso. Cuando Sebastián salió, llamó a su esposa.

—¡Carmen! ¡Carmen! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te metas en asuntos que no son de tu incumbencia? Limítate a hacer tu trabajo, que yo haré el mío.

Ella no pareció preocuparse por las palabras desabridas que le lanzaba su marido. Recogió los restos de la merienda y se llevó la hoja de las anotaciones como si fuera una servilleta más de papel.

—¡Espera! —dijo él con voz tajante. Carmen se paró sin volverse a mirarlo—. Ayer te vi hablando con esa vecina extravagante del primero. ¿Cómo dices que se llama?

—¡Ah, Paula…! Es una mujer muy inteligente y divertida —contestó girando apenas la cabeza.

—¿De qué hablabais?

—Tonterías. Cosas de mujeres, zapatos, vestidos, y me pidió una receta de cocina.

—Espero que no cuentes a nadie lo que pasa aquí.

—Ya sabes lo que pienso: los trapos sucios se lavan en casa.

—¡Vale! Puedes irte. No me molestes hasta la hora de cenar. Tengo mucho trabajo.

Ya en la cocina, Carmen examinó el papel que había traído Sebastián y lo guardó con cuidado dentro de un libro de recetas.

—¡Carmen! ¿Qué has hecho con la tabla de elementos? ¿Dónde la has metido? —Se oyó la voz atronadora de Emilio en el pasillo.

—No la he visto, debió de llevársela el profesor —dijo Carmen asomándose a la puerta—. ¿Quieres que te ayude a buscarla?

—¡No! Déjalo. Mejor no toques nada.

Carmen le oyó murmurar mientras volvía a su despacho: «Ese inútil de Sebastián no aprenderá nunca».

Texto de Fortunata Pérez de la Ossa