Capítulo 9. Buscando una solución

Ilustración de Ida Nokelainen

Alarmada ante sus propios pensamientos, comenzó a replantearse su situación: «¿Quién soy realmente? Perdida y desubicada en el tiempo durante semanas, perseguida por dos extraños, buscando no sé qué y a no sé quién, y sin posibilidad de volver, a menos que alguien me ayude. Necesito a alguien que pueda llegar a comprender mi situación; al profesor Emilio… o a Sebastián Laborda».

Intuitivamente, con un giro brusco de sus pies, se volvió y gritó:

—¡Profesor Sebastián!

Tenía que contactar con él, era su única salida.

Sebastián se detuvo, esperando intrigado a que la chica avanzara hacia él.

—Perdone, profesor, siento entretenerlo. Soy Paula Lew, mi abuelo era amigo de Víctor Tim. Hay algo que quiero preguntarle sobre él. Carmen, la esposa de Emilio, me comentó que está usted muy interesado en sus investigaciones. «¡Dios!», pensó.

Paula se asombraba de lo bien que había aprendido a mentir. Nunca lo había hecho con tanta agilidad.

El joven se mordió el labio inferior, como signo de desconfianza, mientras miraba espantado a la muchacha.

—¿Lo conoció usted?

—No, pero conozco algo de sus estudios. Mi abuelo hablaba de ellos.

***

Delante de dos tacitas humeantes de un aromático café solo, Sebastián, con el codo apoyado sobre la mesa y la mano sujetándose la barbilla, escuchaba atónito y en silencio cómo la extraña chica del pelo rojo contaba, gesticulante, lo que sabía acerca de los experimentos del viejo científico. Contemplaba extasiado cómo los labios carnosos de Paula escupían datos sobre una historia increíble.

El viejo Víctor decía haber descubierto una fórmula química que ayudaba a viajar en el tiempo. Quizá llegó a ponerla en práctica, o quizá no. Lo que ella quería saber era si él podría decirle cuál era esa fórmula. Nada le comentó aún de sus idas y venidas por el tiempo, ni de la escasa muestra de la fórmula que tenía en su poder, ni de muertos, ni de perseguidores. De eso le hablaría mañana o pasado.

«Esta chica está loca. ¿O sería cierto que los datos de la libreta que guardaba en su despacho descifraban el misterio del tiempo? ¡Está loca!, terriblemente loca —hizo una pausa en sus pensamientos— ... y es terriblemente bella».

Texto de MA